11 feb 2019

Terraced House

15. A menudo vuelvo a esa tarde de principios de septiembre. El aire olía a humedad y calor. Era como si una nube de blanca languidez estuviera instalada sobre el pueblo. Los olmos, a ambos lados de la carretera, se mecían obstinados pese a la levedad del viento. Mi bicicleta amarilla rasgaba la tarde. Era casi feliz en ese pequeño pueblo. 





16. "Poole, what a wonderful place!" decía el folleto que tenía entre las manos. Estaba tan nerviosa mientras recogía mi equipaje de la terminal que acabó arrugado entre mis dedos. Tenía que encontrar un autobús que me llevara hasta el sur y no era capaz de decir una sola palabra. Acababa de descubrir con desazón que la libertad puede llegar a atenazar el espíritu. 

No encuentro ni un solo vestigio, ni una sola presencia del viaje en mi memoria y eso que tuvieron que ser varias horas. Solo me recuerdo ya girada para ver como el autobús desaparecía por detrás de una esquina. Caminé de noche, sola, sin miedo, con una dirección apuntada en una libreta usada. 


Mis pasos, mi pequeña maleta, solo eran testigos de una larga hilera de casitas de ladrillo rojo adosadas unas a otras, quebradas en el silencio, uniformadas y sin posibilidad de escape. Los pequeños jardines traseros, que apenas se dejaban entrever, trataban de imponerse con una promesa de albedrío que se marchitaba con el roce leve del aire.


17. No añoraba nada. No sentía tampoco la melancolía que creí formaba parte de mi ser más íntimo, y tampoco supe como manejar mi nueva situación.



Texto e imágenes ®hilosylaberintos