25 ago 2020

Paradojas

20. Me gustaba el olor de la papelería del barrio; podía estar horas entre lápices de colores, ceras de plastidecor y cuadernos de todos los tamaños. Septiembre era la promesa de un ceremonial fascinante y pese a que siempre odié el colegio, me seducía esa semana de libros desconocidos y compras para la vuelta a las aulas. 

La reluciente nueva oportunidad, el relamido intento por hacer las cosas bien en esas páginas sin estrenar: ¡cada una de ellas era una esperanza de cambio para mí! Pero pronto se marchitaba la esperanza, herida por mi torpeza.


21. Con cerca de diecisiete años trabajé, poco tiempo, en un restaurante chino. Ellos apenan hablaban español y yo apenas entendía lo que me decían. Recuerdo cubas enormes llenas de agua con lejía donde dejábamos los cubiertos usados antes de lavarlos. Me parecía muy higiénico. Eso sí, cuando servían comida en una bandeja, de la que los comensales se servían a su vez en sus platos, aprovechaban los restos no tocados de la bandeja para volver a servirlos a un nuevo cliente. Paradojas de la reutilización.


Siempre me fascinó el trajín, los platos que entraban y salían con un rumor constante de cerámica barata. El olor a salsa de ternera y pimientos impregnaba mi ropa cuando volvía a casa. Yo fregaba y no podía evitar la sensación de seguir estando fuera de sitio. 



Texto ®hilosylaberintos