12 may 2022

Par

Hace tiempo leí un estudio que decía que en el planeta hay entre 4000 y 10000 personas que podrían ser tu pareja ideal. No un amor pasajero, no, una relación feliz, de amor pleno, de comprensión. Tu media naranja. 

Cuando alguien te falle, será doloroso durante un tiempo pero ten por seguro que hay alguien más (de hecho varios miles) ahí fuera buscando a alguien como tú. 

Se paciente, que llegará en su momento. Lo bueno se hace esperar.


©hilosylaberintos


7 abr 2022

Huesos

 30. El taller


A menudo, al volver del colegio, iba directamente al taller de costura a ver a mi madre y pasar un rato. Siempre, entre los ruidos de las máquinas de coser, sonaba de fondo radio olé. Los grandes éxitos de Conchita Piquer, Rocío Dúrcal o Manolo Escobar se sucedían sin descanso entre el humo del tabaco.

En las tardes en que el trabajo escaseaba, las mujeres me pedían que les cantara algo. Apagaban la radio, me subían a una pequeña mesita auxiliar y yo interpretaba "El lagarto está llorando"  o "La Tarara" de Federico García Lorca. En aquel entonces yo no era capaz de pronunciar las erres, con lo que siempre cantaba `lagadto´ o `Tadada´, provocando las risas de mi auditorio. Para compensar, siempre me daban alguna perra chica (alguna pequeña moneda, para que me entiendas).

También recuerdo que la mayoría de las mujeres que trabajaban en el taller fumaban Ducados. Cuando alguna acababa la cajetilla, yo era la que iba con las ciento veinte pesetas que costaba a comprar un nuevo paquete en el bar de la esquina. Una vez hechos los recados, mi madre me mandaba a casa. Al llegar, mi abuela siempre me decía que apestaba a tabaco y echaba toda mi ropa a lavar.



31. Huesos


Mi barrio estaba en construcción. Parcelas de campo verde se volvían apagado cemento gris, y esqueletos enormes de nuevos edificios crecían de una semana a otra. A falta de campo, los niños del barrio solíamos jugar en esos esqueletos a medio hacer. El acceso era sencillo, ni siquiera estaban vallados. También la seguridad estaba por construir.




Nosotros corríamos entre las habitaciones toscas y desnudas, persiguiéndonos. Una tarde cualquiera sucedió. El vecino del quinto, que tendría unos diez años, desapareció por las fauces abiertas del hueco para el ascensor. Cayó a plomo desde la séptima planta del famélico esqueleto. Desde ese día, pusieron una ridícula cinta de plástico rojo que prohibía el paso. Mi madre nos impidió tajantemente volver. Era una orden perentoria que cumplimos a rajatabla. Pero siempre que al atardecer pasaba por delante de alguno de ellos y veía de nuevo a los niños jugar allí, como si nada hubiera pasado, un miedo gélido me agarrotaba el estómago. Apenas somos recuerdo. 

30 mar 2022

La plancha

27. Pequeños pasos para que algún día te asomes, un poco, sobre el laberinto de mi vida. 

A trompicones, desmadejando un ovillo olvidado. 

Entre medias hubo momentos de aburrimiento, de duda, de soledad. Casi se me han perdido, todos mis recursos enfocados en ti.




28. No soporto ni por un segundo la idea de no verte. De que algún día me perderé tus risas, tus lamentos, tu caminar, tu mirada. Lo escribo y lloro de pensarlo. Todos lloramos. Es el vértigo que produce no ser, lo peor de ser efímeros con conciencia. Es esa despedida definitiva, a la que no quiero llegar. Solo podemos anclarnos a vivir cada segundo con todo nuestro ser. Así que te contaré algo mas. Déjame pensar. 


29. A los catorce años estaba muy perdida. No sabía qué me gustaba, no sabía que podía hacer con mi vida. Tenía una absoluta falta de información. En una reunión del colegio con mi tutor, este le soltó a mi madre que no se me daba bien estudiar, que mejor me buscaran un oficio. Todavía hoy tu abuela recuerda aquella frase, que ella siguió a pies juntillas. El rancio taller de costura en el que trabajaba mi madre me parecía una pesadilla, pero no podía optar a nada más. Me pusieron una plancha industrial en las manos, que apenas podía levantar, y pasé años eternos planchando trocitos geométricos de telas, que las costureras unían aplicadamente formando patrones. Bromas y chascarrillos que yo no entendía se intercalaban con el vapor de la plancha, mientras las horas se deshacían en largos flecos  inconsistentes. No recuerdo cuántos años estuve atada allí. 

Hace poco tu abuela lo recordó. Me dijo que le encantaría tropezarse con aquel profesor para decirle que se equivocaba, que fui la primera y única de la familia que logró ya de mayor sacarse una carrera universitaria. Es extraño, pero después de tanto tiempo, me sentí reconfortada.