30 mar 2022

La plancha

27. Pequeños pasos para que algún día te asomes, un poco, sobre el laberinto de mi vida. 

A trompicones, desmadejando un ovillo olvidado. 

Entre medias hubo momentos de aburrimiento, de duda, de soledad. Casi se me han perdido, todos mis recursos enfocados en ti.




28. No soporto ni por un segundo la idea de no verte. De que algún día me perderé tus risas, tus lamentos, tu caminar, tu mirada. Lo escribo y lloro de pensarlo. Todos lloramos. Es el vértigo que produce no ser, lo peor de ser efímeros con conciencia. Es esa despedida definitiva, a la que no quiero llegar. Solo podemos anclarnos a vivir cada segundo con todo nuestro ser. Así que te contaré algo mas. Déjame pensar. 


29. A los catorce años estaba muy perdida. No sabía qué me gustaba, no sabía que podía hacer con mi vida. Tenía una absoluta falta de información. En una reunión del colegio con mi tutor, este le soltó a mi madre que no se me daba bien estudiar, que mejor me buscaran un oficio. Todavía hoy tu abuela recuerda aquella frase, que ella siguió a pies juntillas. El rancio taller de costura en el que trabajaba mi madre me parecía una pesadilla, pero no podía optar a nada más. Me pusieron una plancha industrial en las manos, que apenas podía levantar, y pasé años eternos planchando trocitos geométricos de telas, que las costureras unían aplicadamente formando patrones. Bromas y chascarrillos que yo no entendía se intercalaban con el vapor de la plancha, mientras las horas se deshacían en largos flecos  inconsistentes. No recuerdo cuántos años estuve atada allí. 

Hace poco tu abuela lo recordó. Me dijo que le encantaría tropezarse con aquel profesor para decirle que se equivocaba, que fui la primera y única de la familia que logró ya de mayor sacarse una carrera universitaria. Es extraño, pero después de tanto tiempo, me sentí reconfortada.